El dolor crónico puede afectar mucho a la forma en que un perro percibe y experimenta el mundo, también a cómo se comporta. Un nuevo estudio de la Universidad de Surrey, publicado en la revista Frontiers in Veterinary Science, 2024, ha analizado cómo el dolor persistente, especialmente el relacionado con problemas musculoesqueléticos (como la artrosis o displasias articulares), puede influir en el estado físico y emocional de los perros.
Un enfoque integral para medir el bienestar
Para entender mejor ese impacto, el grupo de investigación liderado por la Dra. Rachel Malkani utilizó una herramienta conocida como Animal Welfare Assessment Grid (AWAG), que evalúa el bienestar de los canes a través de preguntas sobre 4 factores:
- Físico: incluye aspectos como condición corporal, enfermedades o lesiones.
- Psicológico: evalúa factores como miedo, conductas agresivas o respuestas al estrés.
- Ambiental: analiza el entorno y cómo el can se relaciona con el, valorando puntos clave como la socialización, la capacidad de elección o la capacidad de elección.
- Procedimientos y manejo: valora como responde el perro en revisiones veterinarias, durante el manejo y situaciones similares.
Lo interesante es que gracias a este enfoque más amplio se pueden detectar indicadores de dolor crónico incluso antes de que aparezcan síntomas físicos muy evidentes.
Las investigadoras subrayan la importancia de involucrar al tutor del can en la evaluación ya que muchos cambios de comportamiento pueden ser muy sutiles y pasarían desapercibidos para alguien que no conviva con el perro. Además, el entorno de la clínica veterinaria es probable que afecte al comportamiento, enmascarando signos de dolor por miedo o excitación.
Efectos visibles del dolor crónico en los perros
Tras comparar a 46 canes con dolor crónico y un grupo de más de 100 animales sanos, los investigadores observaron:
- Reducción de la actividad: menor tendencia a moverse y a realizar actividades que impliquen ejercicio.
- Menor apetito: muchos perros comen y beben menos.
- Reducción del descanso: cambios de posiciones al dormir y menor calidad del sueño.
- Aumento de las reacciones “agresivas”: especialmente cuando se sienten amenazados o forzados a un contacto que les resulta incómodo. Pueden ocurrir, por ejemplo, cuando acercamos una mano a una parte del cuerpo que le duele. También se observó un aumento de los problemas con personas desconocidas, seguramente fruto de la sensación de inseguridad que crea el dolor.
- Mayor sensibilidad al ruido: muestran miedo o inseguridad ante sonidos con los que antes no tenían problemas.
- Menos ganas de relacionarse y jugar: los canes con dolor tienden a aislarse o a evitar ciertas interacciones, probablemente por miedo a sentir molestias o porque les resultaba demasiado agotador moverse o mantenerse activos.
- Falta de control y menos enriquecimiento: al sentirse limitados, ya sea por precaución de sus cuidadores (para evitarles dolor) o por el propio malestar, muchos dejan de participar en juegos o actividades que antes disfrutaban.
- Frustración: al no poder hacer actividades que antes realizaba, como jugar, correr o rastrear.
- Desajustes hormonales: el dolor crónico puede provocar que un perro reaccione de forma más intensa a su entorno ya que mantiene activados durante más tiempo los sistemas corporales relacionados con el estrés. Si nuestro can ya está alterado físicamente antes de enfrentarse a algo que perciba como amenaza, su reacción será más fuerte y tardará más en recuperar la calma. El estrés derivado del dolor también puede reducir la actividad de la serotonina lo que lleva al can a ser más propenso a la agresividad, y los miedos. Un perro con dolor crónico es probable que desarrolle estrés crónico.
- Falta de previsibilidad: la aparición del dolor en diferentes momentos puede llevar al perro a una situación de incertidumbre sobre cuándo lo sentirá. Esto crea la sensación de que no tiene el control lo que a su vez aumenta la inseguridad, la apatía y les hace volverse más retraídos.
Por qué importa evaluar el estado emocional
La investigación resalta que un perro con problemas musculoesqueléticos puede no mostrar siempre signos evidentes de dolor (como cojeras llamativas). A veces, las primeras pistas aparecen en su comportamiento:
- Reacciones al contacto como gruñidos, marcajes o incluso mordiscos.
- Falta de interés por el juego o la compañía de otros perros o personas.
- Aumento en los ladridos o conductas de evitación, como permanecer aislado en casa o alejarse al ver a otros perros en la distancia.
- Miedo inusual ante ruidos, objetos o personas.
- Cambios en la personalidad.
- Dejar de hacer comportamientos que antes sí hacía. Por ejemplo, un can que ya no olfatee en los paseos.
Para el equipo de la Dra. Malkani, identificar estos cambios tempranos -además de hacer revisiones veterinarias más frecuentes- puede evitar que el dolor se agrave o que se cronifique sin tratamiento.
Valoración desde la Fundación SrPerro Colega
Este tipo de investigaciones son clave para entender que el bienestar canino va mucho más allá de la ausencia de cojeras o enfermedades visibles. Un perro con dolor experimenta un malestar que va a afectar su estado emocional, sus relaciones y su día a día.
Cuando convivimos con un perro que tiene dolor es fundamental que busquemos formas en las que pueda saciar sus necesidades y que aprendamos las señales que indican que algo le está afectando. Por ejemplo, si estamos peinando a nuestro can y comienza a bostezar, girar la cabeza o hacer alguna otra señal, nos está pidiendo que paremos. Si no entendemos esto, el perro puede tener que gruñirnos o marcarnos.
Si detectamos cualquier cambio en nuestro peludo es importante consultar con un especialista.